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No había amanecido cuando nos encontramos en la solitaria estación de autobuses. Apenas había ruido en el pueblo, solo se escuchaban las ruedas de las viejas maletas rayando el asfalto y el murmullo de las palabras de despedida. Nos íbamos. Y partíamos con la ilusion con la que lo hacen los niños al recibir un regalo. ¡Y vaya regalo! Unos días, unas horas en las que conocer, compartir, la experiencia de un viaje que ya estaría grabado en nuestro recuerdo para siempre.

Salimos pasadas las seis de la mañana y la mayor parte del día lo pasamos en carretera, entre canciones, confidencias, cabezadas, películas a medio ver y  risas. Es curioso, pero todo era divertido y nada parecía tener  importancia entonces más allá de aquella sensación de libertad y júbilo.

Llegamos a Mérida, Emérita Augusta, sobre las 12:30h y fuimos en busca de Gema, nuestra guía.

Para comenzar, realizamos una fugaz panorámica en autobús y vimos los acueductos y restos arqueológicos que destacan en esta bella ciudad. En segundo lugar, y ya a pie, visitamos el teatro y anfiteatro romanos, realmente imprescindibles si quieres acercarte a lo que subyace debajo de cada piedra y que, irremediablemente, forma parte de nuestra cultura y nuestra historia.

Hermoso lugar, sin duda.

La tarde nos sorprendió de nuevo en carretera. Tres horas separan Mérida de Setubal, nuestro destino.

Llegamos al hotel sobre las 18:00 aproximadamente y tras un rato de tiempo libre en un centro comercial cercano, cenamos y fuimos a descansar.

La siguiente parada en nuestra lista de destinos es Lisboa. La llaman «La ciudad blanca» y Saramago dice de ella que es una «feliz perdición».

¿Descubriremos mañana por qué?

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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