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Eran las 09:30h cuando cruzamos el Puente 25 de abril, una de las entradas de la ciudad de Lisboa. A un lado el océano Atlántico, al otro el estuario del Tajo. La luz reflejaba el agua como un cristal y lo envolvía todo en un cálido halo. Era una estampa preciosa, ideal para empezar nuestra ajetreada jornada.
Nos dispusimos a recoger a Elizabeth, nuestra guía lisboeta y con ella realizamos la primera parada del día: el Parque Eduardo VII, un precioso y verde parque bastante extenso, el más grande de la capital portuguesa.

Elizabeth nos habló de algunas curiosidades sobre la ciudad: las polémicas doradas (corridas de toros), del transgresor Marqués del Pombal, la dictadura de Salazar, las pegas etc.
Seguidamente nos dirigimos al barrio de Alfama. Es de esos barrios que te capturan, que te atrapan al instante. Pintoresco y curioso, podría asemejarse a nuestro Albaicin. Allí visitamos la Iglesia de Santa María la Mayor y callejeamos. Subían y bajaban tranvías con frecuencia. Las casas, todo a nuestro alrededor, tenía color. Era un pueblo dentro de la gran urbe. Un pueblo diferente.

El calor fue haciéndose cada vez más patente y decidimos ir a almorzar. Probamos por fin el plato típico de Lisboa: el bacalao a bras, una delicia de la gastronomía portuguesa que mezcla bacalao, patatas, huevo y opcionalmente perejil y aceitunas negras. Delicioso.

La tarde se presentó bastante más relajada. Visitamos el Oceanario en el que pudimos contemplar flora y fauna marina como tiburones, corales, medusas, rayas, pingüinos…y también tuvimos la oportunidad de subir a un teleférico que une el oceanográfico con la torre de Vasco de Gama.

Cansados, volvimos al hotel para la cena y reponer fuerzas.
Tras otra completa jornada decidimos irnos a dormir.
La majestuosa Sintra y una épica aventura nos esperan mañana…

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